Antes que nada, un inciso: es inexplicable e imperdonable que en una ciudad como Barcelona sea imposible ver “Paranormal Activity 2” en versión original, ya que eso significa no sólo tener que tragar con uno de los peores doblajes que se recuerdan, sino con un tipo de cine y público por los que el espectador normal (y por normal me refiero a aquél que entra en una sala dispuesto a ver una película, y no a convertirla en el salón de su casa) no debería pasar. Una película de terror como ésta, que tanto juega con la empatía de quien la ve, debería exhibirse en las mejores condiciones posibles, en vez de hacerlo en tan pueriles maneras exclusivamente a través de salas comerciales. Ya, al trapo.
Por mucho que aquí fuese acogida con frialdad (ya se sabe:Spain is different), “Paranormal Activity” fue todo un éxito de público y crítica, por lo que la existencia de esta nueva entrega era de esperar y, lo más lógico, prepararse para más de lo mismo. Efectivamente, la nueva película de Tod Williams se antoja a primera vista como una extensión de la anterior (que dirigiera Oren Peli, ahora limitado a tascas de producción) al retomar el estilo de documental casero, con factura y argumento prácticamente idénticos.
Sin embargo, hay algo muy importante que sí ha cambiado: el espectador. Ahora ya sabe lo que hay, conoce las reglas del juego porque jugó con él hace apenas un año, y si no, mejor que ni lo intente. Porque el film casi parece exclusivo para fans tanto por su inesperada conexión con el anterior como por suponer una prueba de resistencia aún mayor.
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