jueves, 11 de noviembre de 2010

Crítica de "Paranormal Activity", por el Capitán Spaulding

Hay que ver el poder que puede llegar a tener el boca-oreja. Poco antes de su proyección en el festival de Sitges del presente año, las críticas estadounidenses de "Paranormal Activity" encumbraban la como la mejor película de terror de la historia (el IMDB llegó a alcanzar el 9,6 sobre 10, y ahora ronda el 7,5), se había convertido en uno de los éxitos del año al recaudar una taquilla vertiginosamente superior a su coste, y el fenómeno se daba por garantizado.
He aquí que llega por fin el primer pase, a las 10:30 de la mañana, en el festival catalán. Para los que no sepan cómo se las gasta el certamen, cabe decir que a esa hora la sala se suele inundar decríticos serios, ya sabéis, aquellos que van con el cuchillo entre los dientes deseando cargarse cualquier proyección que no venga con la firma de Haneke o Akin en el póster (y a veces, ni con esas).
La reacción de buena parte de esa crítica profesional suele ser siempre la misma (y hablo desde la experiencia) ante el cine comercial: no darle la más mínima oportunidad aunque ni siquiera se hayan apagado las luces de la sala.
Ahora bien, ignoro cuál fue el motivo, si la presencia de tan cínicos profesionales, o que las 10:30 no sean horas para ponerse a ver peliculitas; el caso es que al concluir dicho pase, "Paranormal Activity" fue abucheada y tachada como el mayor bluff del festival con diferencia... voz que no tardó en correrse entre los que teníamos entrada para la siguiente y más tardía sesión.
Semejante patada en las partes nobles supuso una rebajada instantánea de expectativas y un mar de dudas en las colas que se formaban para entrar en la sala. El famoso run-run hacía acto de presencia...
Hago semejante introducción porque, a buen seguro, algo de ello influyera en el hecho de que, a eso de las nueve de la noche y con la sesión recién concluida, los aplausos fueran prácticamente unánimes.
Y es que tal vez, el problema de semejante dicotomía emocional se deba a un exceso de emoción (venido directamente del otro lado del charco, ojo) que ha acabado por desvirtuar las perspectivas de lo que es, simple y llanamente, una película más de terror comercial, con ánimo de recaudar toda la taquilla de la que sea capaz.

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